Historia para dormir. ¿O no?

En el infinito mundo de aquel muchacho nada parecía real.

Su imaginación desbordaba las leyes más elementales de la física.

Lo peor era cuando lo impensable se tornaba en una situación que se podía tocar y sentir. Los monstruos de su mente se tornaban siniestros a la vez que terriblemente visibles.

Pero sólo para él. Nadie más los veía; nadie más los percibía.

Eso impedía que pudiese explicar a los demás las garras de león que tenía Ambrosio; o los afilados dientes de piraña que tenía Anastasia.

Si no fuese porque en el brazo tenía la carne desgarrada, ni él mismo podría elucidarlo.

Pero lo cierto es que las garras de Ambrosio le habían rasgado el antebrazo, dejándolo en carne viva; hasta que alzó su cuchillo y de un certero tajo desmembró el irreal cuerpo de Ambrosio, dejándolo manco.

Lo que salió del tajado brazo de Ambrosio, no era sangre, era un viscoso líquido negruzco que salpicó sus ojos nublándole la vista.

Eso le impidió ver que por su espalda se había acercado demasiado Anastasia. Le impidió verlo, pero no sentirlo, no percibirlo. En su mundo las sensaciones eran más importantes que las verídicas imágenes de su retina.

El mordisco de Anastasia le pilló de refilón.

Lo suficiente para que uno de sus afilados dientes se le hincara en el hombro y un dolor lacerante le impidiese moverse con su natural agilidad juvenil.

Tuvo que soltar el cuchillo. La mano no le respondía. El brazo se le dormía rápidamente.

Notó como el veneno se expandía velozmente. La parálisis empezó a apoderarse de su cuerpo. Sólo había una respuesta posible: atacar antes de recibir el mordisco definitivo.

Haciendo acopio de su entrenamiento oriental, ignoró el dolor, ignoró la parálisis de su brazo, ignoró el veneno que se expandía y con un raudo movimiento de su brazo derecho, arrancó de la boca maloliente de Anastasia su hombro.

El giro de su cuerpo fue tan inesperado para él como para Anastasia. Con su mano derecha cogió del cuello a Anastasia y le propinó un rodillazo en el hígado. No sólo transmitió el dolor por el contacto físico de la rodilla, lo más dañino para Anastasia fue que transmitió, además, la energía envenenada que la propia Anastasia había inyectado en su cuerpo.

Eso reventó el hígado de Anastasia.


Lo supo cuando por la boca de Anastasia salía una espesa saliva roja y verde, signo inequívoco de que se ahogaba en su propio veneno.

Pero él también tenía el veneno inyectado por Anastasia en su hombro. La vista se le nubló justo antes de ver a Anastasia y Ambrosio tumbados en el suelo, sin moverse, sobre unos charcos de fango maloliente.

Las percepciones empezaron a perder sentidos: la vista, el olfato, el tacto; incluso el gusto era de una acidez insoportable.

Cuando Amapola lo encontró pensó que dormía plácidamente. Pero su intuición le decía que no era así. No era sosiego lo que había en el entorno. No había nada a la vista que indicará que a su amigo le pasase algo. No había signos de lucha. El día era claro y luminoso.

Su amigo Siseo parecía dormitar. Pero los ojos de Siseo no estaban cerrados; estaban abiertos y con una mirada que imploraba ayuda. El pecho de Siseo no se movía rítmicamente. Las manos de Siseo estaban álgidas.

Los conocimientos botánicos de Amapola se despertaron de golpe: rosas rojas, albahaca y menta. Sólo tardó unos minutos en localizarlo en el jardín de la casa de Siseo.

Mezcló los pétalos de rosa roja con la menta; lo machacó y escupió a la mezcla diez salivazos, al mismo tiempo que recitaba con toda se fe el conjuro que le enseñó su maestra y mentora, la bruja Rosácea:

- Rosa y menta, esperad la albahaca para que los sueños retornen a su universo natural.

Al terminar, añadió la albahaca y lo aplastó todo hasta conseguir una masa compacta.

Ahora venía lo más difícil porque sus ojos no mostraban señal alguna en el cuerpo de Siseo. Pero al moverlo, notó que sus quejas provenían al tocar el hombro. Ahi aplicó el mejunje. Y esperó. Esperó mientras oraba:

- Rosa rosácea, menta esmeralda, que la albahaca se alinee con el veneno y al exterior lo expulse.

El suave tacto, casi imperceptible, que percibió en su pierna, hizo estremecer de miedo a Amapola. No se atrevía a abrir los ojos, hasta que supo sin saber muy bien porqué, que era Siseo.

Los ojos de Amapola volvieron a desprender lágrimas, pero ahora eran de alegría y gozo.

Siseo volvía a lo terrenal. Sus sueños perdían intensidad. Eran vívidos, pero no se apoderaban de su alma. Sus maldades imaginadas, ¿o no?, ya no se reproducirían más en su cuerpo. Su lucha había triunfado.

Hoy tenía ganas de escribiros uno de los relatos que a veces pasan por mi imaginación. Espero que os guste y que a cada cual le sirva, a su manera, como ayuda para luchar contra los frenos imaginados del universo más íntimo de cada persona.

No hace falta que os diga que es una historia totalmente inventada y dictada por mi mente. ¡Ah!, y no olvidéis que tanto la rosa, como la menta o la albahaca, no hacen nada de lo que se narra en este relato fruto sólo de mi fantasía.

Un saludo a todos. Disfrutad de la semana.

La semana que viene os explicaré cómo engrané todo lo necesario para poder lograr el objetivo de las últimas publicaciones: el automatismo de las cuentas contables en Access.

Cuando el hombre no se encuentra a sí mismo, no encuentra nada.
 Goethe


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